Hace cuatro años, el mundo se detuvo ante una amenaza invisible. El COVID-19 no solo puso a prueba nuestros sistemas de salud, sino que también dejó una huella profunda en nuestra psique colectiva. Hoy, mientras intentamos volver a la «normalidad», es crucial reflexionar sobre las secuelas mentales que la pandemia ha dejado en nuestra sociedad.
Claudia Lepe/laprensadeoccidente.com.gt
La evidencia científica es clara: los niveles de ansiedad, depresión y estrés aumentaron significativamente durante el encierro. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, durante el primer año de la pandemia, la prevalencia mundial de ansiedad y depresión aumentó un 25%. Estos números no son meras estadísticas; representan el dolor silencioso de millones.
Pero lo más preocupante es que, a medida que las restricciones se levantan, muchos parecen querer «olvidar» rápidamente lo vivido, sin procesar adecuadamente el trauma colectivo. Esta negación puede ser peligrosa. Como sociedad, necesitamos reconocer que la salud mental es tan importante como la física, y que ignorar nuestras heridas emocionales solo las hará más profundas.
La pandemia también ha exacerbado las desigualdades existentes. Las mujeres, los jóvenes y los trabajadores de la salud han sido particularmente afectados. Estudios en varios países han mostrado que los jóvenes que pasaron más tiempo en aislamiento social tenían más probabilidades de desarrollar comportamientos problemáticos. Esto subraya la necesidad de enfoques diferenciados en la atención de la salud mental.
“Como sociedad, necesitamos reconocer que la salud mental es tan importante como la física”.
En Guatemala, donde la salud mental ha sido históricamente desatendida, enfrentamos un desafío aún mayor. La falta de acceso a servicios accesibles significa que muchos guatemaltecos están lidiando con sus traumas en silencio. Es hora de que nuestro gobierno priorice la salud mental como un componente esencial de la recuperación post-pandemia.
Como sociedad, debemos fomentar una cultura de apertura y apoyo mutuo. Necesitamos normalizar las conversaciones sobre salud mental, eliminar el estigma y crear redes de apoyo comunitario. Solo así podremos sanar verdaderamente de esta experiencia colectiva.
La pandemia de COVID-19 puede haber terminado oficialmente, pero sus efectos perdurarán. Es nuestra responsabilidad abordar esta «pandemia silenciosa» con la misma urgencia y determinación con la que enfrentamos al virus. Porque una sociedad mentalmente saludable es la base para un futuro resiliente y próspero.
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