“El cuaderno del fin del mundo” es la obra más reciente de la reconocida y destacada escritora quetzalteca Vania Vargas, un libro compuesto por 40 textos en el que comparte emociones y pensamientos surgidos durante la pandemia de la Covid-19. Una entrevista publicada en la edición impresa en julio de 2022 pero que es actual.
José Racancoj / La Prensa de Occidente
Comenzó siendo narradora, escribiendo cuentos y relatos breves, pero con el paso del tiempo se fue deslizando hacia la poesía y ha vuelto a la narrativa. Vania Vargas, quetzalteca, quien también viene del periodismo, sigue sumando letras llenas de reflexiones y emociones, que en esta ocasión se pueden leer en El cuaderno del fin del mundo, su más reciente libro.
Diversos pensamientos y emociones surgidos durante la pandemia encuentran un lugar en las páginas del libro que fue presentado recientemente en Xela, la tierra que la vio nacer en 1978.
Aunque se dice que nadie es profeta en su tierra, Vargas fue homenajeada en la Feria Internacional del Libro en Xela, gesto que la hizo sentirse emocionada y agradecida. Durante su paso por la ciudad altense, Vargas habló con La Prensa de Occidente sobre su obra reciente, su evolución como literata y la situación actual de los escritores en Quetzaltenango.
“El cuaderno del fin del mundo”, ¿cómo define este libro?
-Es una especie de crónica poética que transita a lo largo del primer tiempo de la pandemia a Guatemala, a partir del encierro en marzo y transcurre hasta más o menos noviembre de 2020, un tiempo que a todos nos dejó destanteados, nos hizo buscar nuevas formas de seguir, a muchos los dejó sin nada, que se llevó a mucha gente y que nos tiene en este momento tratando de digerir todo lo que sucedió y tratando de reestructurar lo que quedó.
El cuaderno del fin del mundo es una reflexión acerca de ese tiempo, una reflexión íntima, que en un punto de su trayecto se convierte en una experiencia colectiva, pues soy parte de un país, de una comunidad.
¿Eventos como la pandemia pueden inspirar a la humanidad?
-Más que inspirar, la destantea totalmente, casi la destruye, la va transformando. Creo que nosotros si andamos con los ojos bien abiertos y tenemos la posibilidad de ver esa destrucción, esa transformación, de alguna manera nos llena la cabeza de imágenes, de nuevos temores, son demasiados estímulos que en algún momento tenemos que sacar y procesar, y es, a partir de esto que van surgiendo libros, nuevas pinturas, nueva poesía, nuevas historias, es parte de todo un círculo, que en medio del caos siempre se renace.
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Los 40 textos que componen el libro, ¿se plantearon así o fue naciendo naturalmente?
-Empezó a surgir de manera espontánea, en principio no sabía que iban a ser 40, ni sabía que iba a hacer un libro, estaba tratando de dejar constancia de lo que sentía y pensaba durante ese tiempo, bastante difícil y fuerte para todos y luego, cuando llevaba cinco textos, me invitaron a escribir en el medio digital Ocote, creo que eso dio pie para que siguiera escribiendo, no sabía cuál iba a ser el final de los textos, porque estábamos en este mismo tiempo en el que no sabemos cuál irá a ser el final (de la pandemia), de hecho no ha terminado.
Con esa misma incertidumbre fui escribiendo y agarrándome de ciertas situaciones que pasaban y que nos hacían enojar, dudar o sentir. Y finalmente llegó un punto en el que dije ‘bueno, si la pandemia no para, esto (los textos) en algún momento tiene que parar’, decidí que fuera en el texto 40, que de alguna manera hace alusión a las cuarentenas.
Estos textos son fotografía de un momento en la historia. ¿Es la intención?
-Totalmente. Han pasado tantas cosas, creo que al regresar al libro y leer, uno empieza a identificarse y decir ‘yo sentí eso’, ‘yo sé de un caso similar’. La idea es que más adelante, conforme el tiempo vaya pasando, alguien pueda regresar al libro y conocer lo que pasamos, lo que vivimos y lo que sentimos, de alguna manera, a través de ese relato.
¿Cómo ha sido la evolución desde sus primeros libros?
-Empecé con la intención de ser narradora, quería contar historias, escribir cuentos, relatos breves, que de repente iba dejando en periódicos, revistas, en algún certamen de juegos florales departamentales. Conforme fue pasando el tiempo, en ese mismo ejercicio de la escritura me fui deslizando hacia la poesía, sin embargo, he vuelto a la narrativa, pero una más breve, al microrrelato, por ejemplo.
También vengo del periodismo, que es también de alguna manera ese deseo de contar las historias de lo que nos está pasando, las historias de nuestro entorno. Del periodismo de diario he pasado al periodismo cultural, a través de varias plataformas y actualmente sigo con esa intención periodística cultural a través de medios como Plaza Pública.
“Creo que somos muchas caminando por el mismo trayecto y la idea es que seamos muchas más”
¿Cómo evalúa la situación actual de los escritores en Quetzaltenango?
-Sigue siendo una situación de lucha, de resistencia. Cuando hablo de lucha y resistencia suena como algo épico, pero realmente es una cuestión común y cotidiana. ¿Y en qué consiste? En que a los escritores les toca por su cuenta ir viendo cómo se abren camino y espacios, digamos, si alguien quiere escribir tiene que ponerse a escribir, pero si quiere publicar, le toca empezar a buscar la manera de hacerlo, que puede ser desde las redes sociales, desde Internet, hasta buscar un espacio en una editorial artesanal, por ejemplo, o ir con su propio libro a una imprenta y ver si logra que le impriman unos cuantos ejemplares.
Y es algo que no es de ahora, si revisamos la literatura guatemalteca, su historia está basada en esos esfuerzos pequeños de reunirse, de publicarse entre sí y dejar constancia de esas ideas, de sus sentimientos, de dar testimonio de su tiempo.
Con el homenaje en la FilXela, ¿cómo se siente?
Bastante contenta, emocionada, porque yo me fui de Quetzaltenango, hace casi 20 años, buscando de alguna manera todo ese movimiento alrededor de la literatura, el arte, buscando estudiar, y en aquel entonces Quetzaltenango era bastante limitada en esos espacios. Volver 20 años después y encontrarme con actividades como esta me llenan de alegría y esperanza, saber que hubo gente que se quedó a luchar por abrir espacios con su propio esfuerzo y fe, espacios que poco a poco se van haciendo más grandes, que son más constantes y se van replicando en otros lugares.
Se habla de que Vania ha sido una inspiración para muchas mujeres en la literatura quetzalteca
El trayecto profesional, vital, emocional, siempre parece que ha sido mucho más difícil para las mujeres porque se nos ha marcado, desde el origen, un camino que seguir, un papel que cumplir y regularmente salirse de ese papel y ese camino o no es bien visto, o es visto y es ignorado, o simplemente se hace de menos.
El hecho de que yo haya tenido el enorme privilegio de decidir tomar un camino diferente, de transitarlo con todas las dificultades y que eso de pie a que otras mujeres de generaciones que vienen detrás puedan decidir a seguir sus propios sueños y caminos es algo que a mi me emociona mucho, de alguna manera antes de mi, hubo mujeres que también hicieron grandes cosas, que escribieron, como Ana María Rodas, Delia Quiñónez, Margarita Carrera, escritoras que caminaron todo este trayecto y pasaron dificultades enormes y son parte de la literatura de este país.
Creo que somos muchas caminando por el mismo trayecto y la idea es que seamos muchas más y que ese trayecto quede abierto para que, conforme vengan nuevas generaciones, haya otras posibilidades de hacer cosas.
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