Ser autoridad no es mandar sobre bienes ni personas, ni es digna una autoridad que oculta sus intenciones. Esta es una convicción democrática de las comunidades cantonales, de Totonicapán y de las comunidades indígenas en general, y proviene de sus democracias comunitarias.
Carlos Fredy Ochoa García*-Colaborador /laprensadeoccidente.com.gt
Se trata de una convicción asentada sobre dos pilares, por un lado, el desempeño de sus propios cuerpos de autoridad comunal, donde los cargos se sirven sin remuneración las 24 horas del día, los 365 días del año y la responsabilidad se cumple ante la comunidad que los elige. Por otro lado, porque no es tarea fácil mandar con un poder que se sabe delegado por la comunidad. Todo poder debe ser un poder obediencial, se sirve a una comunidad y se obedece al mandato de la asamblea de la comunidad, es decir a lo que una comunidad acuerda y es ante ella que se rinden cuentas.
La vida en los cantones depende del diálogo para sus asuntos públicos, de un diálogo público comunitario, continuo y sin límites, producido en las llamadas asambleas comunales, tan frecuentes como quincenales en ciertas situaciones. Este énfasis indígena en el diálogo y su corolario, los acuerdos de comunidad, es la única vía para administrar sus asuntos públicos, resolver sus conflictos y estructurar el compromiso de las autoridades. Lealtad probada ante la comunidad y lealtad ante el diálogo, es base de la voluntad que mueve su acción.
Esta misma experiencia comunitaria de diálogo y transparencia, de compromiso y servicio, es la vara, muy alta, con que los alcaldes comunales miden el compromiso, o más bien la falta de compromiso del gobierno. También es, sin duda, su más rico recurso y su mejor contribución a la esperanza democrática con la que todos quieren ver regenerarse el Estado.
El liderazgo de los alcaldes
La fuerza del liderazgo de los alcaldes comunitarios y su crítica radical a la corrupción, viene de su crítica a la forma en que en Guatemala se ha normalizado la impunidad o el retorcimiento de la ley, la normalidad con que se ven la ineficiencia del Estado y la forma clientelar “normal” de la política guatemalteca, todos estos males agravados desde el 2015.
A ocho años de distancia de las movilizaciones ciudadanas de 2015, que tuvieron su epicentro en las plazas urbanas, las movilizaciones que están teniendo lugar este octubre han desplazado el centro de estas expresiones de descontento a las carreteras del país, principalmente en los territorios indígenas. Esto no es casual, el levantamiento empezó en las carreteras de Totonicapán porque estas han sido el escenario de un enfrentamiento histórico del Estado con estos pueblos, recuérdese la masacre de Alaska perpetrada exactamente en octubre de hace once años.
De cara al 2015, la irrupción de los pueblos indígenas como actor político dio a la ciudadanía difusa de las plazas un liderazgo visible y una capacidad negociadora, bajo el liderazgo de sus propias autoridades tradicionales o ancestrales. Otra diferencia es que ahora se cuenta con un programa político legitimado en las urnas bajo el liderazgo del presidente electo. En el caso de los pueblos indígenas, este programa político anticorrupción la hacen suya, pero con la convicción propia de que solo puede garantizarla un buen gobierno y la democracia, pero la democracia tal como se vive en sus democracias comunitarias.
El levantamiento apareció en Totonicapán y de allí se extendió a los pueblos indígenas del sureste del país, esto fue posible por dos claves poderosas, los pueblos indígenas reaccionaron a la credibilidad de las autoridades de los 48 Cantones de Totonicapán, del que comprenden perfectamente su funcionamiento; y porque esta movilización no se dio a partir de una masa amorfa, sino desde y con sus comunidades, es decir, los manifestantes se movilizan como grupos, como gigantescos grupos de comunitarios, es por tanto un levantamiento de comunidades.
Yakataj (levantamiento)
Hay que detenerse en esta idea de levantamiento, porque mientras en castellano, en una aparente riqueza léxica del idioma, hay por lo menos unos 20 términos que podrían usarse casi indistintamente para suplantar la idea de levantamiento, en el idioma k’iche’, y en general en los idiomas mayas, solo hay un término central: Yakataj que efectivamente significa “levantamiento” o literalmente “no te quedes allí echado”. Se trata de una concepción política donde el problema central es la toma de conciencia de una situación circundante totalmente negativa y de una pasividad ante esta realidad; en el término Yakataj, yak denota una condición del cuerpo, de hallarse tendido, tumbado, dormido, la cual debe negarse (taj) para poder liberarse, emanciparse, poniéndose de pie. Se trata de una toma de conciencia que demanda de una persona adueñarse de su situación, comprender la naturaleza de su sufrimiento, con el poder de la voluntad, y el alcance que puede tener un compromiso con la acción y la voluntad de cambio.
Se trae al centro de atención el término levantamiento porque este se halla muy presente, y es con el que se refieren en Totonicapán a las movilizaciones que están teniendo lugar. El hecho de que en Totonicapán se hayan dado movilizaciones orgánicas comunitarias, con un discurso democrático propio, con liderazgo claro y capacidad negociadora, hizo eco en todo el país, aunque su posterior desarrollo ya no se trate solamente de una cuestión indígena.
La centralidad estratégica de Totonicapán
Situado en el corazón del occidente de Guatemala, San Miguel Totonicapán es la ciudad cabecera de uno de los departamentos más pequeños del país, pero estratégicamente ubicado en el centro de un nudo de comunicaciones cuya interrupción inmediatamente alcanza a la mitad del país, directamente a las ciudades de Quiché, Huehuetenango, Sololá, Quetzaltenango, inclusive San Marcos y la costa sur, es decir, todo el sureste del país hasta la frontera mexicana.
Esta centralidad de Totonicapán no es solo geográfica, también es cultural, social y política. San Miguel tiene múltiples lazos lingüísticos, étnicos, históricos y políticos que lo vinculan con todos los municipios y regiones con las que colinda. De hecho, Totonicapán es lo que quedó después de una progresiva desmembración de su territorio, resultado del colonialismo, e impulsado por el Estado a lo largo del siglo XIX, sobre todo a raíz de dos sucesos: la caída del levantamiento de Atanasio Tzul en 1820, y la caída de los Estados de Los Altos en 1839, de cuya secesión se recuerda que Totonicapán fue parte activa y sede de su poder legislativo. Atanasio Tzul es también un símbolo general para el mundo indígena porque condujo el mayor levantamiento indígena que hubo en América Central contra el colonialismo en aquel no lejano 1820.
Los pueblos mayas comparten con Totonicapán una misma tradición política comunitaria de poder y autoridad, las alcaldías comunitarias, las alcaldías indígenas, y los principales que han servido allí, comparten también todos sus símbolos e instituciones de autoridad, que son muy antiguos, es decir de raíces prehispánicas. Todo esto en común es lo que cimienta las bases de sus formas de solidaridad, de proceder a partir de movilizaciones comunitarias, y, sobre todo, posicionándose ante la democracia desde una misma critica moral propia al Estado.
En San Miguel Totonicapán unas 4,000 personas en su conjunto integran anualmente el cuerpo de autoridades de los 48 cantones, ellas se distribuyen en cuatro cuerpos de autoridad que operan, desde principio de los años noventa, bajo el modelo de juntas directivas, a quienes se les confía la coordinación municipal y responsabilidad sobre, I) la administración local de los bosques comunales, II) del agua, III) de la custodia de los bienes y orden público comunal; y no de último, IV) las alcaldías comunales a las que se les confía entre otras, la administración de su justicia propia comunitaria.
En la práctica, estas juntas directivas son independientes entre sí, pero tienden a actuar como equipos de iguales y operando bajo estrecha coordinación. De manera que, cuando en Totonicapán se refieren a los alcaldes de los 48 cantones están hablando de cientos de personas en servicio activo haciendo múltiples tareas, con independencia frente a las instituciones estatales.
Los bastones como símbolo de autoridad
Muy importante, el símbolo tal vez el más más distintivo de estas autoridades comunales, y que es hoy símbolo de las movilizaciones comunitarias, es el bastón de autoridad o la vara de mando que portan estas autoridades. Esta vara es, por una parte, el símbolo de la lucha autonómica de los cantones, pero más concretamente, es el símbolo de una movilización muy organizada, ordenada, obediencial, que tiene su raíz al decidirse o acordarse en asambleas comunitarias, por lo que los alcaldes no tienen más remedio que ponerse al frente, esto es lo que le aporta a la crisis en curso un liderazgo, significado y una fuerza arrolladora a los pueblos indígenas.
Las movilizaciones comunitarias y la crisis general del Estado
El levantamiento en curso, iniciado por las comunidades indígenas, es la más significativa movilización ciudadana desde 1944, mayor a la de 1962 o 1978, y ciertamente más certera que las del pasado 2015. Sin embargo, los 48 cantones solo son un referente simbólico de una dinámica mucho más compleja. Opera casi con infinito número de movilizaciones locales, es en respuesta a ellas es que se iniciaron las manifestaciones urbanas, indispensables pero sumadas con retraso y contundentemente, sobre todo en la capital.
Como se ve, las salidas no dependen únicamente de la emergencia de un nuevo actor político legitimado en las urnas, como lo es el partido Semilla y del liderazgo del presidente electo, quienes fueron arrastrados a esta crisis por el gobierno. Independientemente del desenlace de la crisis en curso, el futuro del nuevo régimen pasa a depender, en asuntos desde el desbloqueo de la transición hasta su estabilidad futura, de un actor como son los pueblos indígenas, apenas emergente en la escena nacional electoral.
El nuevo gobierno, el diálogo y los pueblos indígenas
La salida a la crisis ya va adquiriendo forma, por una parte, tomando en cuenta que el programa político del nuevo gobierno aún debe negociarse, dado que contemplaba muy pocos componentes indígenas en su plan de gobierno, el impulso de este gobierno solo puede fortalecerse empezando este diálogo con los pueblos indígenas y ante sus legítimos lideres. Todo esto traza un panorama nuevo y el mismo tiempo incierto.
Por otra parte, los pueblos indígenas, y su capacidad negociadora en las manos de los alcaldes comunitarios, aparecieron como un actor de primer orden. Esto lo han comprendido, aunque le cueste aceptarlo, las autoridades más importantes de gobierno, la policía, las misiones internacionales y los empresarios. La parte más difícil de este diálogo es su entendimiento de la forma en que comprenden y manejan el diálogo las comunidades indígenas. Llegados a este punto, los pueblos indígenas también se presentan como la reserva moral de este diálogo y ellos están demandando a todos en este país, sobre todo al Presidente, un compromiso con el diálogo, única forma de rescatar, alimentar y acelerar la esperanza, al mismo tiempo, que hoy sus autoridades son el factor más estable que hará viable una salida a la crisis.
*Internacionalista y antropólogo, investigador del Instituto de Investigaciones Políticas y Sociales de la Escuela de Ciencia Política de la USAC.
https://laprensadeoccidente.com.gt/2023/10/25/periodistas-guatemaltecos-denuncian-que-son-catalogados-como-amenazas-a-la-seguridad-nacional/