Falta de clientela, calor intenso, lluvia o frío no son barreras para llegar puntuales a su lugar de trabajo diariamente. Desde las siete y media se les puede ver colocando sillas, alfombras, sombrillas y una sonrisa para esperar a profesionales, estudiantes y funcionarios que desean el calzado reluciente.
Mirna Alvarado/Fotos David Pinto /La Prensa de Occidente
En el parque central de Xelajú se ve a 16 lustradores, quienes se colocan estratégicamente a modo de no generar competencia entre ellos mismos, les caracteriza la solidaridad y la amabilidad.
“Llevo unos 42 años trabajando aquí y he visto de todo; comencé en este oficio, creo que desde que tenía 20 o 25 años”, comentó Francisco González, acompañado de un radio de transistores para escuchar música y hacer más agradables las horas de trabajo.
Don Panchito, como le dicen los taxistas del lugar, expresó que con su labor logró educar a sus cuatro hijos, quienes ahora tienen su propia familia. “Ellos ya se casaron, ya no viven conmigo, pero con el lustre les pude dar estudios, alimentación; pude sacarlos adelante”, afirmó mientras se arreglaba la vieja boina que lleva sobre su cabeza.
A sus 73 años, don Panchito recordó que ha visto y oído muchas historias, su oficio le ha permitido conocer mucha gente, incluso a personas de otros departamentos y países. “Mi memoria me falla un poco, pero creo que le lustré los zapatos a un famoso político”, aseguró al tiempo de llevarse el dedo índice a la frente.
“Los jugadores de Xelajú, aquellos que llevaron a la gloria a este equipo siempre venían aquí conmigo; todavía algunas veces viene don Chacatai, don Vandercamp; los otros ya murieron”, expresó.
Hace cuatro años su esposa falleció, pero ese no fue motivo para dejar de trabajar. “Con mucha más razón vengo, para no sentir la soledad”, compartió.
La vida de un lustrador no pinta nada fácil, pero muchas veces es lo que hay y procuran, según don Panchito, hacer su mejor esfuerzo para que los clientes siempre regresen; no todos los días ganan lo mismo, porque por cada lustre cobran de tres a cinco quetzales, su remuneración diaria depende de cuánta gente acuda a sus puestos.
Don Noé
En nuestro recorrido por el parque encontramos a Noé Galindo, quien desde los 17 años se dedica al “lustre”. Compartió que llegó a Xela cuando tenía 7 y ante la necesidad, junto con su padre se dedicaron al comercio, lo que lo llevó a vivir en ciudad Guatemala por alrededor de una década.
“Vengo desde las siete y media, y mi jornada termina a las cinco de la tarde; tengo cinco hijos y diez nietos. La vida no ha sido fácil, pero gracias a Dios tenemos trabajo”, refirió.
“Tengo unos 42 años de laborar en esto; todo ha cambiado, antes hacíamos cien o doscientos quetzales al día, pero ahora a veces hacemos quince, otras veces cincuenta, esto es una balanza, que sube o baja”, afirmó.
Una de las historias que más recuerda fue cuando el expresidente Alfonso Portillo se detuvo en el parque y junto a sus guardaespaldas le preguntó si podía lustrarle las botas. “Sí”, le dije yo. No sabía quién era él y comenzamos a conversar, le lustré las botas; de pronto, no sé muy bien quién lo reconoció y comenzaron a tomarse las fotos, y en esas salí yo”, dijo entre risas.
En eso me dice “¿cuánto te debo?”. Son cinco quetzales, le dije… “Ah bueno, tené, pues”, me dijo, y cuando vi, era un billete de Q100, “¡No te preocupes, quedate con el vuelto!”, me dijo… yo tenía una gran necesidad ese día y Dios proveyó; por eso digo que uno debe salir al trabajo pidiéndole a Dios y confiando en Él”, compartió.
Don Noé narra que en sus años como lustrador ha aprendido a escuchar, porque muchas veces sus clientes le cuentan hasta de los problemas que les aquejan, “uno al final de la conversación termina también escuchando y aconsejando a los desconocidos. Algunas veces viene gente que ya no volvemos a ver nunca, pero sin querer nos cuentan sus penas”.
El oficio familiar
Ingrid Galindo Salguero es una de las pocas mujeres que se dedica a esta labor y aprendió el oficio con su papá, Noé; desde muy chica le acompañaba y cuando se hizo mayor, hacía turnos con su padre.
“Empecé a trabajar como lustradora hace diez años, medio tiempo con mi papá; me crie con mis abuelitos, vendíamos periódicos por aquí, me venía a sentar a la par de mi papá y lo observaba, hasta que un día él tuvo que irse y aproveché para practicar”, contó.
Para ella la vida también no ha sido fácil, hace unos años (no precisó cuántos), se quedó viuda y debió asumir la responsabilidad de alimentar y cuidar a tres niños, ahora adolescentes.
“La necesidad me ha llevado a trabajar de ayudante de albañil, he descargado camiones, he sido ayudante de microbuses, de ahí me puse a lavar carros, y así un poco de todo, pero hace un año que me dedico a tiempo completo a la lustrada, gente de buen corazón me ayudó a comprar mi cajita, la tinta y otros insumos”, enfatizó.
La caja de madera donde guardan la tinta, cepillos, manta y otros materiales también está llena de sueños, todos los días la misión es la misma: llevar el sustento al hogar.
“Nosotros contamos con una alfombra para no ensuciar el suelo del parque, pero a veces vienen lustradores ambulantes que manchan la piedra de las bancas o del piso, eso muchas veces nos ha costado llamadas de atención y reproches de parte de las autoridades”, puntualizó don Noé.
“En todo el tiempo que llevo en este lugar me propuse cuidar el jardín de mi sector, aquí le digo a la gente que no machuque las plantas, que tenga respeto y no lo haga”, afirmó Francisco González.
“Quizá lo que hacemos no es importante para las personas, pero sabemos que el parque es nuestro lugar de trabajo y por eso es que tratamos de cuidarlo, hay muchas personas que salen a pasear con sus perros y no levantan la suciedad, nosotros lo hacemos porque también eso ocasiona que los clientes no se acerquen a nuestro lugar y no quieran un lustre, por el mal olor”, resaltó Ingrid.
Las tres historias tienen algo en común: perseverancia, pues a pesar de tener limitaciones no se han dado por vencidos y procuran honradamente ganarse la vida, aunque eso implique enfrentarse a la competencia desigual y a reproches de las autoridades.