Cada ciudad constituye su propio ecosistema urbano. Como una comunidad biológica, se puede llegar a pensar que en el ecosistema de una ciudad los humanos representan la especie dominante, pues son el principal referente y constructor del paisaje urbano.
Valeria Leiva/laprensadeoccidente.com.gt
Sin embargo, esta lógica antropocéntrica tiene el problema de negar y someter a otros habitantes del ecosistema. Los árboles y demás elementos naturales han sido frecuentemente negados y sometidos a una violencia sistémica. Estos elementos naturales desaparecen por la falta de planificación y visión de futuro. Su ausencia no solo representa una pérdida para el paisaje de la ciudad, sino un deterioro en nuestra calidad de vida.
Según el historiador Raúl Izás, el parque Benito Juárez de Quetzaltenango recibe su nombre como reconocimiento a la diáspora mexicana que residía en la ciudad alrededor del año 1930. Por tal razón, el parque cuenta con monumentos que celebran la fraternidad entre México y Guatemala, tales como el calendario Azteca y el busto de Benito Juárez. Ubicado en la zona 3 de La Democracia, el parque nació como un pequeño bosque en medio de una ciudad que se expandía. Sus árboles estarían por cumplir cien años.
Los árboles de una ciudad son testimonio del paso del tiempo. Albergan una historia hecha de vínculos y memorias. Los ciudadanos albergamos recuerdos infantiles, amores adolescentes, paseos bajo sus sombras de descanso. Los parques y árboles públicos son parte de nuestra identidad urbana.
Prescindir de árboles en una ciudad hoy suena ilógico e irracional, ya que su aporte no sólo se mide en términos de paisaje sino en beneficios ambientales. El patrimonio arbolado de una ciudad es invaluable, ya que se requiere de tiempo, años para crecer. Se han modificado para siempre las características de un paisaje natural irrecuperable. No obstante su simpleza y modestia, los árboles de una ciudad también son habitantes.
El arquitecto paisajista Luis Monterroso sostiene que los árboles del parque Benito Juárez fueron talados bajo criterios técnicos restrictivos y anticuados. Es decir, la administración municipal legitima el discurso del árbol como un riesgo social. En vez de realizar una gestión de riesgos con criterio ecológico para evaluar aquellos árboles con peligro de caer por su edad o condiciones, en todo el parque, se optó por una tala violenta.
“Prescindir de árboles en una ciudad hoy suena ilógico e irracional, ya que su aporte no sólo se mide en términos de paisaje sino en beneficios ambientales”.
La valoración ecosistémica es importante porque nos ayuda a comprender no solo el valor ambiental de un árbol cerca de nuestra casa en la ciudad, sino su contribución social, cultural y económica. Esto va desde el incremento del valor de propiedad hasta la salubridad por el mejoramiento de la calidad del aire. “Todos estos activos naturales son un capital favorable que al final los políticos pueden utilizar para bien pero desechan”, menciona Monterroso.
Los espacios verdes son clave en la mitigación de los efectos producidos por la urbanización. Inciden incluso en la salud física y mental de las personas. Durante la última pandemia fue evidente la necesidad de contar con espacios abiertos y pulmones verdes cerca de nuestro vecindario. Muchas personas establecieron nuevos rituales y hábitos personales en relación con su entorno local. Un área verde es una válvula de alivio al estrés propio de la vida urbana.
El ingeniero Juan Carlos Díaz es el diseñador del proyecto de remodelación del parque denominado “Revitalización del Parque Benito Juárez”. Junto al departamento de gestión de riesgos de la Municipalidad se dictaminó que los árboles representaban un riesgo por su altura y que debían ser reemplazados por una paleta vegetal ornamental.
Las especies que se proponen sembrar son jacarandas y setos romanos con una sola entrada. Además, se planea incorporar nuevas fuentes de agua. Según el planteamiento, la ornamentación, el CO2 y la altura son los criterios técnicos que se utilizaron a la hora de seleccionar la paleta vegetal.
Sin embargo, frente a la crisis climática a la que nos enfrentamos, ¿Serán unos árboles antiguos el verdadero riesgo, o las personas encargadas de la toma de decisiones, las que consideran a los árboles como un riesgo?¿Es el posible peligro que representaban algunos árboles la razón por la cual se decidió talar todo el parque? Me cuestiono si una gestión de riesgos en un parque arbolado es aquella que se basa sobre todo en criterios ornamentales y deja por fuera un criterio socio ambiental para gestionar la poca cobertura boscosa de una ciudad que la necesita con urgencia. A pesar de ello, en Quetzaltenango cada vez carecemos más de cobertura verde.
En la actualidad reconocemos los famosos bosques urbanos de muchas ciudades alrededor del mundo y los beneficios que los árboles aportan a los demás habitantes, más allá de lo decorativo. Ciudades como París están proyectando levantar hasta el 40% de asfalto de las calles y sembrar 170 mil árboles para combatir las altas temperaturas. Se teme que si no se transforma la ciudad el calor será insostenible.
Cerca del 30% de la ciudad de Berlín está compuesta por espacios verdes públicos. Hoy las ciudades con visión de futuro hablan de infraestructura verde, concebida y montada como redes interconectadas que regulan las funciones naturales del ecosistema.
El protagonismo de los árboles en la ciudad debe ser reconocido, técnicamente bien manejado y financiado, para que la comunidad gane resiliencia y tenga mayor capacidad de afrontar los cambios globales y el crecimiento de la densidad humana.
Monterroso señala que un estudio realizado por el BID ya se había detectado el déficit de arborización de Quetzaltenango: apenas 2.5 metros cuadrados por persona, cuando la recomendación es de 10 a 15 metros, por habitante. Quetzaltenango necesita cambios para soportar la cantidad de personas y el tráfico que recibe, pero las soluciones deben estar integradas a una escala humana y ambiental, indica Monterroso. Experiencias urbanas de todo el mundo demuestran que las intervenciones enfocadas en vehículos e infraestructura gris no solucionan estos desafíos. Estamos cometiendo los errores de ciudades autocéntricas que se olvidaron de los habitantes y la calidad de vida.
El parque Benito Juárez estaba en pésimas condiciones y renovarlo es una necesidad. Sin embargo, ante la falta de información y comunicación previa a la realización de los proyectos creó una especulación grande entre la población por la sorpresa que causó la violenta y repentina tala.
“Pareciera que las autoridades consideran el parque su propiedad y pueden hacer con él lo que les venga en gana”, reflexiona Izás. Una población informada y consultada de los planes y propuestas, incluso involucrada en la proyección de los espacios urbanos que habita, debió ser parte del proceso.
“Durante la última pandemia fue evidente la necesidad de contar con espacios abiertos y pulmones verdes cerca de nuestro vecindario”
Sin duda el crecimiento desordenado del área comercial de La Democracia es un factor complejo que afecta el espacio público del sector, pero eso no se soluciona talando árboles. Necesitamos planes y acciones concretas sobre cómo queremos ver a Quetzaltenango en el 2050.
¿En qué ciudad queremos vivir?, ¿cómo vamos a asegurar la sostenibilidad hídrica para el crecimiento de la población?, ¿cómo vamos a solventar las necesidades de movilidad con un sistema de transporte público digno?, ¿cómo vamos a gestionar los desechos, tener áreas comerciales dignas y más cobertura verde? Las decisiones que hay que tomar no deben estar solamente centradas en obras grises.
La manera en que tratamos a un árbol define nuestra personalidad colectiva. La selección, siembra y cuidados de los árboles existentes refleja el trabajo de personas que buscaron hacer la vida urbana más amable. Un árbol, al ser un habitante más y no una simple infraestructura, no son sujetos descartables. Desde la perspectiva de Monterroso y muchas personas más el parque Benito Juárez ha sido un jardín histórico, un paisaje de conservación y un patrimonio natural. Un árbol cumple funciones de regulación térmica, filtración de agua y mientras más diversidad de árboles exista, sus aportes serán mayores. Aquellas ciudades con una paleta vegetal diversa se hacen más resilientes. No basta con llenar la ciudad de jacarandas o cipreses limón.
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Conocer la historia natural de la ciudad significa ser consciente del aporte de las áreas verdes en los parámetros culturales, políticos y urbanísticos.
“Una sociedad que reconoce y protege sus bienes comunes naturales desde su presente está decidiendo su futuro», subraya Monterroso.
Los cambios tienen que venir desde la ciudadanía y más personas capacitadas en la toma de decisiones y en las dependencias técnicas.
Los árboles han evolucionado durante millones de años hasta alcanzar el aspecto y la función reguladora que hoy conocemos. Los árboles no pelean con la ciudad. La ciudad no debe pelear con los árboles. La biodiversidad de una ciudad, los colores, movimientos, texturas y formas de sus habitantes naturales, no solo embellecen las rutinas de nuestras vidas, le dan al espacio la calidad de vida que merecemos. Por eso es necesario ser los principales promotores de su cuidado y protección.