Asamblea General de las Naciones Unidas, 3 de junio de 2024.
Señor Presidente de la Asamblea General, Dennis Francis, Señor Secretario General de la Organización de Naciones Unidas; António Guterres; estimados delegados y delegadas, damas y caballeros; buenas tardes.
Es un honor dirigirme a este Alto Foro por primera vez, como Presidente de la República de Guatemala. Un pequeño país que es parte de una región puente que conecta las Américas.
Guatemala es la cuna de una de las civilizaciones más esplendorosas que la humanidad haya visto. El pueblo maya, con el que aún hoy se identifica la gran mayoría de guatemaltecos, produjo en su apogeo, antes de que los primeros europeos llegaran al continente, ciencia y conocimientos milenarios, que han sobrevivido a generaciones de expolio y explotación. Una comprensión del respeto y el valor de la naturaleza, de la necesidad de conservar y proteger nuestra casa común, de que el futuro de la humanidad está inevitablemente vinculado al cuidado de su entorno. Los pueblos del centro de América lo hemos sabido siempre: el buen vivir de nuestros pueblos está inevitablemente ligado al bienestar de nuestro mundo en su conjunto.
Vengo de un país del que nuestro pueblo se siente profundamente orgulloso, a pesar de las dificultades que a lo largo de muchos momentos de nuestra historia hemos tenido que enfrentar. Un país donde durante mucho tiempo, la mayoría de su población ha visto cerradas las puertas hacia su desarrollo; donde los conflictos y la violencia han dividido a nuestras comunidades y marcado a nuestras familias; donde el goce de las libertades básicas y los derechos humanos ha sido negada a sus grandes mayorías; un país del que ante la falta de un futuro digno, muchos de sus jóvenes han tenido que migrar para buscar refugio en otras tierras.
Pero somos una Nación plural y diversa que no se ha rendido ante estas dificultades. Nuestra determinación para alcanzar el bienestar y la paz para todos quienes habitamos ese hermoso territorio que llamamos Guatemala, nos ha permitido labrar nuestro camino para ir dejando atrás los fantasmas de la violencia y el autoritarismo, y avanzar hacia un buen vivir justo y equitativo. Un desarrollo que incluya a cada una de nuestras comunidades y que fundamente la coexistencia pacífica entre nuestros cuatro pueblos, empeñados en forjar nuestro destino en paz, trabajando honestamente en el cuidado de nuestras familias.
Nuestros retos no han terminado: seguimos enfrentando grandes déficits de desarrollo; seguimos luchando para rechazar viejas y nuevas formas de autoritarismo y consolidar nuestras instituciones democráticas; y seguimos esforzándonos para no ceder ante las provocaciones que el miedo y la violencia nos plantean en estos tiempos convulsos, polarizantes, e inciertos para millones de personas en nuestro país y en el mundo.
Pero nuestra experiencia ha demostrado que es posible superar los conflictos cuando el pueblo está convencido de que se puede vivir mejor, y materializa esa esperanza en una vocación real de paz manifestada por el conjunto de la sociedad, por sus grandes mayorías. Mi gobierno es producto de esa esperanza: la determinación de la sociedad guatemalteca de superar una etapa turbia y oscura de nuestra historia, en la que las instituciones del Estado habían sido cooptadas por redes político-criminales dedicadas a la procuración del enriquecimiento ilícito a costas del bienestar del conjunto de la sociedad. Una esperanza que en 2023 produjo un veredicto rotundo en las urnas por parte de la ciudadanía que no dejó dudas de su clamor a favor de la transformación y el cambio.
Fue un proceso electoral complejo, en el que una minoría corrupta intentó obstaculizar ilegalmente la voluntad libremente expresada por el pueblo mediante la judicialización espuria de los procesos electorales, pero que superamos gracias al vigor de una sociedad civil que, inspirada por el liderazgo de las autoridades ancestrales de los pueblos indígenas, luchó determinante para evitar que nuestra democracia se resquebrajara.
En esos difíciles momentos, el esfuerzo de la sociedad guatemalteca recibió el apoyo desde todos los rincones del mundo. La Carta Democrática Interamericana, esa manifestación de vocación democrática de los pueblos de nuestro hemisferio, permitió que nuestra organización regional, la Organización de Estados Americanos, desplegara mecanismos de observación y acompañamiento que fueron fundamentales para evidenciar el carácter espurio de los cuestionamientos al proceso electoral. Gobiernos de naciones de los distintos continentes y organizaciones regionales acompañaron nuestra lucha condenando a los intentos golpistas, y organizaciones sociales de toda índole nos hicieron llegar su apoyo solidario. Y la Secretaría General y distintas organizaciones de este foro se manifestaron inequívocamente en defensa del derecho de nuestro pueblo a la democracia.
Los guatemaltecos vivimos hoy en democracia gracias al apoyo solidario y contundente que recibimos de la comunidad internacional, y hoy, desde este foro, reiteramos nuestro agradecimiento a las naciones del mundo que nos acompañaron en esta lucha por la justicia y el desarrollo, y que esperamos, nos sigan acompañando. Pero más allá del agradecimiento, quiero resaltar que nuestra experiencia evidencia la importancia que tiene para cada una de nuestras naciones un sistema internacional anclado en la cooperación y la solidaridad. Un sistema dotado de normas de derecho e instituciones que organicen nuestra convivencia en este hogar común que es nuestro planeta, y que nos permitan desarrollarnos, como naciones y como comunidad internacional, en paz y desarrollo. Un sistema multilateral en el que hemos avanzado desde 1945, cuando los horrores de la Segunda Guerra Mundial evidenciaron que de otra manera, seguiríamos condenados a vivir de guerra en guerra.
Para Guatemala, el multilateralismo se erige como una de las herramientas clave para crear un mundo más justo y sostenible, a través de la búsqueda de abordajes colaborativos y coordinados a problemas que, aunque se manifiesten individualmente en nuestros territorios, en realidad son retos comunes que podremos enfrentar de la manera más efectiva si lo hacemos como humanidad. Los retos globales que enfrentamos en estos momentos son enormes: los desafíos del cambio climático o de las migraciones generadas por la pobreza o las guerras; la erradicación del hambre y la superación de la pobreza; la búsqueda del bienestar y la justicia equitativa para todas las naciones.
El multilateralismo nos recuerda que la diplomacia, la cooperación y el diálogo son el único mecanismo que tenemos para abordar de manera integral los desafíos globales a los que nos enfrentamos. Nos demuestra que, agrupando nuestros esfuerzos, las naciones podemos emprender acciones que sería imposible realizar individualmente. En el corazón de esta realidad, se encuentra nuestra fe colectiva en la dignidad y el valor inherente de la persona humana; en la importancia de un sistema de derecho fincado en el ´principio de igualdad entre naciones, grandes y pequeñas; y en la necesidad de crear condiciones para mantener la justicia y la libertad en el mundo.
Nuestra organización cuenta con una agenda amplia en las distintas áreas de la búsqueda de la paz y el desarrollo, y de una estructura organizativa especializada que nos proveen de un marco efectivo desde el cual abordar los desafíos. Pero necesitamos profundizar en facilitar el avance de metas y plazos claros y precisos, porque la pobreza, la precariedad y la escasez con la que muchos viven, no les permite seguir esperando. Como gobierno, hemos recibido del pueblo de Guatemala un mandato para hacer del desarrollo el objetivo central de nuestro gobierno, y mejorar la calidad de vida de las personas es nuestro norte. Y es en cumplimiento de ese mandato que nuestro gobierno se compromete a trabajar activamente en el marco de nuestra organización, conscientes de que no hay mejor garantía para el progreso de las y los guatemaltecos que el progreso del mundo en su conjunto.
Y por eso, en expresión de este espíritu colaborativo, creo importante compartir con Ustedes una de las principales lecciones que nuestra sociedad ha aprendido en su desarrollo político de las últimas décadas: La ética, la integridad en la función pública son condiciones necesarias para el desarrollo sostenible. Los países que no enfrenten con éxito la corrupción cargarán siempre con un peso inconmensurable que hará inviable su camino hacia el bienestar generalizado y la prosperidad compartida.
Durante mucho tiempo, la corrupción era considerada como un problema secundario asociado a la gobernabilidad; casi como una deficiencia inevitable. La experiencia reciente del mundo, y ciertamente la de mi país, evidencia que la corrupción es mucho más que eso: es un problema estructural y esencial al funcionamiento de los estados, que ha asumido características y dimensiones amenazantes en el marco de la globalización del planeta.
La corrupción hace inviable cualquier esfuerzo para alcanzar el desarrollo, al desviar hacia bolsillos privados los recursos que debieran destinarse a invertir en el bienestar de la gente. La corrupción erosiona y elimina la efectividad de las instituciones públicas, al suplantar los objetivos que norman su funcionamiento. La corrupción traiciona la democracia, al desvirtuar el principio de soberanía popular que debe regir sus instituciones. La corrupción hace imposible la justicia, al condicionar a transacciones materiales el funcionamiento de fiscalías y cortes.
Un poder corrupto debilita los principios de libertad de los pueblos y se alimenta de las injusticias. Y donde no hay justicia, no hay paz. Lo constatamos una y otra vez: los conflictos y las guerras son desatadas por las injusticias y las ilegalidades, y la corrupción promueve ambas. Además, la corrupción es el aceite que lubrica el comercio de substancias ilícitas, el tráfico de armas, la trata de personas.
La corrupción es una amenaza para la democracia. La corrupción es una amenaza para la paz. La corrupción es una amenaza para el desarrollo.
Guatemala reconoce estos hechos. Y nuestro ejemplo sirve para demostrar que los esfuerzos solidarios que involucran a múltiples países, con sus diversas capacidades y experiencias pueden hacer una contribución importante para el combate de la corrupción. Además de facilitar el intercambio de conocimientos y experiencias, los esfuerzos multilaterales comprometen a los gobiernos, incorporando vías adicionales de rendición de cuentas y responsabilidad horizontal. Los gobiernos no deben solamente responder ante sus pueblos; deben responder también ante sus pares, porque los países que entran en espirales de corrupción son una amenaza y un lastre para sus vecinos, para su región. La corrupción en una nación es problema de todas las naciones. Y nos corresponde a todos, solidariamente, ponerle un alto.
En Guatemala, haciendo esfuerzos tremendos para combatir la corrupción. A la fecha mi gobierno ha presentado más de 84 denuncias de gran corrupción ante la fiscalía. Hemos eliminado más de 1300 puestos en el servicio público que eran parte de mecanismos de compra de voluntades y clientelismo. Hemos integrado una comisión especial con participación de la sociedad civil, que tiene a su cargo la identificación de casos, esquemas y patrones de enriquecimiento ilegal, para su denuncia inmediata y para generar conocimiento que permita diseñar políticas públicas efectivas para su prevención y combate. En paralelo, estamos colaborando con el organismo legislativo en la promulgación de reformas clave para fortalecer el sistema de justicia, porque la persecución de la corrupción requiere de una justicia independiente e imparcial.
En este sentido, he solicitado también a la Organización de Estados Americanos el envío de una misión de observación para el proceso electoral de integración de nuestra Corte Suprema de Justicia y de las salas de apelaciones, las cuales deberán renovarse en octubre de este año, y que se encuentra asediado por estas redes criminales.
Creemos que la experiencia de Guatemala es valiosa para nuestros pares, y la ponemos a la disposición de todos quienes trabajan por la transparencia en las instituciones públicas, y contra su corrupción. Porque estamos convencidos de que nuestra lucha es más eficaz cuando la hacemos en compañía solidaria con otras naciones, como la historia ya nos ha demostrado.
Es por esta experiencia que valoramos muchísimo la evolución que tuvo el sistema internacional durante la segunda mitad del siglo XX, con la construcción de las instituciones de cooperación y diálogo que albergan los esfuerzos multilaterales. Y por eso, vemos con mucha preocupación el debilitamiento de ese orden internacional.
El número de conflictos violentos en el mundo va en aumento: hay más de 50 conflictos activos en este momento, con un aumento del 22% en los últimos cinco años. La guerra en Ucrania, la crisis humanitaria en Gaza, los conflictos en Myanmar, son ejemplos que ilustran el desmoronamiento de un momento esperanzador de paz relativa vivido durante la primera década de este siglo.
Para países como Guatemala, el debilitamiento del orden internacional basado en la igualdad entre Estados y el respeto al derecho internacional y a los derechos humanos es una amenaza existencial. No podemos permitirnos regresar a esquemas basados en la ley del más fuerte, que nos condena a ciclos interminables de conflictos y violencias. Pero para eso, necesitamos revisar y perfeccionar nuestras instituciones. Alcanzar un multilateralismo cada vez más amplio requiere que la ONU sea una institución eficaz, incluyente y armónica. La efectividad de ésta se ha visto obstaculizada y paralizada por el ejercicio irresponsable del derecho de veto en el Consejo de Seguridad, que ha contribuido a la desunión y la fricción internacional, en lugar de promover la paz entre los Estados, principio que da vida a los trabajos de este órgano.
La responsabilidad colectiva frente a las injusticias más graves nos exige agilidad para actuar. Debemos trabajar en la renovación de nuestra Organización con el objetivo de velar por los intereses de todos, que sea capaz de enfrentar amenazas colectivas, y dispuesta a movilizar la acción de los Estados a favor de la paz, la armonía internacional y la defensa de los derechos humanos, en el marco del concepto de Seguridad Humana con el que debemos renovar nuestro compromiso.
Y así como en el esfuerzo por construir la paz, debemos ser más efectivos en la procuración del desarrollo. A partir del compromiso asumido en el año 2015, al suscribir la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, Guatemala ha renovado su lucha contra la pobreza, para reducir las desigualdades y acelerar el crecimiento económico en un entorno compatible con el medio ambiente. Pero en el contexto de institucionalidad internacional deteriorada en el que nos encontramos, la humanidad difícilmente podrá responder a los desafíos trascendentales que enfrenta.
Es necesario avanzar en un ciclo de revisión y reformas institucionales. El Consejo Económico y Social, en particular, debe desempeñar un papel vital en la difusión de prácticas innovadoras para alcanzar las metas de desarrollo que nos hemos propuesto. Uno de los mayores desafíos es la movilización de financiamiento adecuado. Las políticas monetarias restrictivas y el fortalecimiento del dólar han encarecido significativamente los recursos necesarios para cerrar las brechas de inversión en infraestructura, descarbonización, educación y salud necesarias alrededor del mundo. Debemos reformar el sistema financiero global para enfrentar futuras crisis de deuda y combatir eficazmente la corrupción.
Finalmente, un multilateralismo renovado requiere una actualización del sistema de representación en la ONU. Es esencial fortalecer el poder de la Asamblea General para que pueda actuar cuando el Consejo de Seguridad no logre preservar la paz y la seguridad internacionales.
Esta organización puede hacer mucho más. Esta organización debe hacer mucho más. El rescate del multilateralismo como principio fundamental para el sistema internacional es una necesidad urgente, y para cada una de las naciones que conformamos este foro, un compromiso firme.
Guatemala está haciendo su parte. El pueblo de Guatemala ha elegido un camino de transformación para sí mismo. Demostramos al mundo que, como lo dice el libro sagrado de nuestro pueblo Maya Quiché, el Popol Vuh, incluso en las tinieblas más profundas, la voluntad de cambio puede brillar con luz propia.
Pero esta transformación individual, nacional, con toda su complejidad, no será suficiente para lograr nuestros objetivos. Necesitamos del mundo: de ese mundo, naciones y organizaciones, comprometidos a ese futuro de paz y desarrollo que inspiró la creación de este organismo.
Guatemala está dispuesta, con entusiasmo, a contribuir con su esfuerzo a estos objetivos.
Vean en mí Gobierno y en nuestro pueblo a un aliado permanente para alcanzarlos.
Muchas gracias.