Este texto es tomada del libro “EL SELLO DE LOS TIEMPOS, Vivencias de un periodista” del periodista y escritor Julio Rodolfo Custodio García, páginas 171 a la 178, con la autorización del Copyright, edición del 10 de noviembre de 2023, Ediciones INNOVA. *
Rodolfo Custodio/laprensadeoccidente.com.gt
Era el tiempo de los tiempos y el pueblo de Shelajuj Noj debió tener una plaza muy grande que serviría de mercado o quizás lugar de sacrificios ante el templo mayor de los K’ich’es. Era el sitio más respetable hasta que llegaron los conquistadores y, después de fundar la ermita de La Conquistadora en Salcajá, dispusieron llegar a la explanada más importante de la región y construir primeramente la Iglesia del Espíritu Santo con sus capillas coloniales, una a la izquierda y la otra a la derecha a una distancia de unos doscientos metros de la fachada principal a la que le erigieron un campanario en el frente y figuras de los santos católicos en el resto, adornada profusamente con motivos barrocos.
Shelajuj Noj en realidad era un pueblo descuidado, con travesías estrechas sin ningún tratamiento que se extendían hacia los cuatro puntos cardinales formando vías tortuosas que se iniciaban en La Pedrera y terminaban por el actual cementerio hacia el Poniente, cerca del cerro El Baúl hacia el Oriente, mientras que por el Norte apenas llegaban cerca de la actual Calle Rodolfo Robles.
Quién sabe desde cuántos años antes, estaba el Cementerio de Ánimas que así le pusieron los curas conquistadores que tomaron para sí esos terrenos adyacentes al templo recién construido, y en ellos erigieron varias edificaciones como el Convento de Franciscanos, adyacente al cementerio que, al final, les fueron expropiadas por el General Justo Rufino Barrios para darles mejor uso público
Pero el centro no tenía, por aquellos años, más edificaciones que la Casa del Ayuntamiento de corte colonial, un edificio de dos pisos en el lado opuesto y uno que otro inmueble construido con adobe y techo de teja de barro, como el Portal de los Anguiano que se ubicaba donde actualmente es el edificio Rivera. Aquel era el cuadro del pueblo de Quetzaltenango cuando los españoles y los criollos gobernaban y, junto a otros comerciantes de varias naciones de Europa y Asia abrieron grandes almacenes, los mejores de todo el sur occidente.
De repente, el presidente de la república decidió dotar a la ciudad de un precioso edificio construido en piedra de la que abundaba en las canteras de nuestra Ciudad y, estando en auge los edificios con motivos clásicos, dispuso hacerle un frontispicio con hermosas columnas del orden toscano y otros motivos como las metopas y triglifos en todo su cornisamento. Este hermoso edificio se destinó para uso de las oficinas de los Tribunales de Justicia y cárcel departamental, dotándolo de todos los servicios.
De acuerdo a estudios investigativos, el edificio se construyó en 1877; pero otros documentos que poseen algunos historiadores, dicen que fue en 1872, ya que es la fecha registrada en que se instala la Sala tercera de Apelaciones, por lo que es más aceptable la segunda fecha. El diseño estuvo a cargo Domingo Goicolea quien, después de semejante construcción, hizo el maravilloso Palacio Municipal y de esa manera arranca la construcción de edificios preciosos con fachadas en piedra labrada, a veces cubierta con estuco que conforman el tesoro arquitectónico ecléctico que le ha dado a Quetzaltenango una distinción que no lo iguala ningún lugar de Centroamérica.
Así transcurrieron los años y aquel edificio hermoso cuyo frontón es sostenido por ménsulas y el tímpano posee un reloj circular al centro y las cimas son apoyadas por ménsulas sin esculpir (Tesis del Arq. Hugo Alfonso Quinto Castillo, URL, Guatemala, agosto 1977, pág. 222) era, por dentro, un sitio de tortura y lobreguez donde purgaron sus penas los pobres por robar alguna baratija y los políticos enemigos del régimen de turno por atreverse a pensar. En uno de sus patios que da a la actual 12 avenida, hubo fusilamientos entre el horror de los reclusos y el pánico de los ciudadanos. Triste uso a la primera joya arquitectónica que tuvo la soberana ciudad de Quetzaltenango.
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Don Alberto Fuentes Castillo, quetzalteco de pura cepa, médico odontólogo, viajero asiduo del viejo continente y persona muy culta, tuvo la idea de propiciar un cambio en esa cárcel que, para escarnio de la culta ciudad, se encontraba exactamente en el lado Sur de la plaza central, después parque Centroamérica, inmediato a la catedral metropolitana, la Municipalidad y la Gobernación Departamental.
Era la década de 1950 y el Doctor Fuentes Castillo formaba parte del conjunto de amigos que se reunía en la librería La Esfera, donde, en cierta oportunidad, expuso cómo funcionaban en Francia las Casas de Cultura y que él desearía recuperar el edificio de la cárcel para darle un giro de ciento ochenta grados y fundar allí la primera Casa de la Cultura de América.
Pasados los años, el inquieto doctor se hizo acompañar de un selecto grupo de amigos con afición hacia los temas culturales y de esa cuenta surgió el Grupo Renacimiento que se reunía periódicamente para conversar e impulsar acciones de las bellas artes.
A los pocos años hubo elecciones para presidente y alcaldes y don Alberto Fuentes Castillo se lanzó como candidato por un partido de inclinación izquierdista, mientras que el partido “Redención”, apoyaba al general e ingeniero Miguel Ramón Ydígoras Fuentes para la presidencia de la república, con la coincidencia feliz de que ambos tenían nexos familiares. Llegadas las elecciones, don Miguel resultó ganador para la presidencia y don Alberto para la alcaldía de Quetzaltenango.
Por aquellos años las municipalidades tenían grandes necesidades y muy escasos recursos y, si no había una buena relación con el presidente de turno, prácticamente no se podía realizar ninguna obra y desde 1958 el presidente estaba en el poder y era la oportunidad de solicitar algo digno para Quetzaltenango. Entonces don Alberto le pidió que le pasara el edificio de la cárcel a la Municipalidad, petición que fue atendida y en poco tiempo se hizo la donación del edificio a nombre de la comuna quetzalteca.
“Que viva por siempre la Casa de la Cultura de Occidente, Que viva la idea de su fundador don Alberto Fuentes Castillo…”.
Contando con el edificio se principió a trabajar para acoplarlo a una Casa de la Cultura en la que se albergara primordialmente una biblioteca, una hemeroteca, un museo, un pequeño teatro y una radiodifusora, destruyendo o acoplando las celdas y todas las instalaciones, muy sólidas por cierto, que fueron construidas específicamente para una cárcel.
El milagro se venía como catarata de aguas prodigiosas hacia Quetzaltenango y el sueño de don Alberto se convertía en realidad agregando el encomiable ejemplo que le dio la vuelta al mundo: Una cárcel convertida en Casa de la Cultura.
Su primer director fue el Profesor Julio César de la Roca quien tenía muy parecidos ideales y pensamientos de don Alberto Fuentes Castillo e hizo una administración impecable y dinámica, con buena proyección hacia círculos culturales, institutos y escuelas de la ciudad y el departamento y se constituyó en prototipo nacional para la fundación de otras que se vinieron dando en el correr de la historia.
Julio César activaba pero no podía esconder sus ideales políticos, por lo que en tiempo de la guerra de Guatemala durante los regímenes militares, un día fue secuestrado y asesinado. Su cadáver apareció en una finca de la costa Sur y sus restos fueron sepultados en el Cementerio General de Quetzaltenango, dentro en una manifestación de repudio y de duelo impresionantes.
En una ocasión, el abogado Hernán Hurtado Aguilar quien vivió y ejerció la profesión por algún tiempo en esta Ciudad y llegó a la Presidencia del Organismo Judicial, tuvo la idea de construir un palacio para el organismo judicial en la ciudad de Quetzaltenango, visto positivamente por los abogados y personas ligadas a la aplicación de justicia.
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El problema es que se le ocurrió pedir a la municipalidad el predio de la Casa de la Cultura de Occidente con pretensiones de demoler esa “vieja” edificación para hacer uno moderno y de varios pisos. Aquella fue una campanada que sacudió el tímpano de la más profunda querencia quetzalteca y varios sectores principiaron a oponerse, y después otros y otros más.
Yo tenía varios amigos periodistas en el periódico LA NACION QUETZALTENANGO que tenía una cobertura grande y sus artículos eran leídos y comentados por muchas personas. Entonces se me ocurrió la idea de escribir una columna condenando tan infausta idea de Hurtado Aguilar y escribí varios artículos con el tema.
Aquella demostración de rechazo de los quetzaltecos aunada a la opinión de varios columnistas y artículos que se publicaban en la radio y la prensa escrita, dio al traste con la descabellada idea de demoler el precioso edificio que significa tanto para la Ciudad y que había cobrado mucho más valor por el uso que se le terminó dando.
Como suele ocurrir con las ideas que nacen en la Capital y no se realizan porque la población las rechaza, aquel “palacio” moderno no se construyó en ningún otro sitio como castigo por no haber aceptado la idea de su ponente.
De esa cuenta, tanto el venerable edificio de piedra como la institución, continuaron creciendo y siempre será ese espacio, rodeado por la más primorosa y primigenia arquitectura que terminó dándole a la Soberana de Los Altos su sello de personalidad cultural innegable, el epicentro de la cultura y la demostración de la auténtica personalidad ciudadana.
Que viva por siempre la Casa de la Cultura de Occidente, Que viva la idea de su fundador don Alberto Fuentes Castillo, que viva el cambio de aquel hermoso edificio que un día fue una lóbrega cárcel y hoy es un faro de luz. Que así sea.
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De acuerdo a estudios, el edificio se construyó en 1877. Otros documentos dicen que fue en 1872, que es la fecha en que se instala la Sala tercera de Apelaciones, es más aceptable la segunda. El diseño estuvo a cargo Domingo Goicolea quien también hizo el Palacio Municipal. Edificios con fachadas en piedra labrada, a veces cubierta con estuco que conforman el tesoro arquitectónico ecléctico de Quetzaltenango.
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