InicioInvestigación20 de Octubre: Tiempos recios, ¿valieron la pena?

20 de Octubre: Tiempos recios, ¿valieron la pena?

El golpe militar de Carlos Castillo Armas, auspiciado por Estados Unidos a través de la CIA, derroca al gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán en 1954. Según la novela Tiempos recios (Alfaguara, 2019), del Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, peruano, detrás de esto “está una mentira que pasó por verdad y que cambió el rumbo de América Latina: la acusación por parte de Estados Unidos de que Árbenz alentaba la entrada a Guatemala el comunismo soviético”.

Bajo esa premisa citamos a dos excombatientes de la guerra interna del país que se produjo a consecuencia de las reformas que realizaba el gobierno de Árbenz Guzmán: José Rubén Castillo Molina, del Ejército de Guatemala, y Arturo González Ortiz, exintegrante del Movimiento Revolucionario Guatemalteco, quienes respondieron a interrogantes sobre los motivos que los llevaron a unirse al enfrentamiento. “Eran tiempos recios, amigos fuertes de Dios”, Santa Teresa salió a reformar la Iglesia en los conventos, hasta que fue llamada al orden por la aristocracia.

Adrián Velasquez/lapensa.com.gt

José Rubén Castillo Molina, del Ejército de Guatemala, y Arturo González Ortiz, exintegrante del Movimiento Revolucionario Guatemalteco

¿Su nombre?

José Rubén: —Yo ingresé a los 12 años al Instituto Adolfo V. Hall, en 1966; me gradué en 1971 y en 1994 me retiré.

¿Qué significa para usted el 20 de Octubre?

José Rubén: —En los momentos actuales, es una conmemoración que vale la pena revivir y que la gente conozca; en aquel momento significaba para mí un salto de calidad en cuanto al desarrollo de Guatemala y que, lamentablemente, se truncó.

¿Y para usted?

Arturo: El significado del 20 de Octubre es la posibilidad que tuvo Guatemala de romper con toda esa élite oligarca criolla que ha gobernado y ha decidido el destino de este país por todos, es una élite pequeña que está enraizada desde la Colonia, la independencia no fue más que una cuestión cosmética que les permitió adueñarse de la finca sin rendirle tributos a la Corona española. El 20 de Octubre fue la posibilidad de que la gente dejara de pensar como feudal y a pensar como capitalista.

¿Cuántos años estuvo activo en el Ejército?

José Rubén: —27 años.

¿Vivió la guerra en el campo de batalla?

José Rubén: —La vi, la sentí, la viví, perdí amigos, familiares; vi la tristeza en las áreas rurales, las condiciones tan lamentables que vivimos.

Estudió en el Instituto Adolfo V. Hall, ¿por vocación u obligación?

José Rubén: —Yo tenía vocación. El que va obligado no pega, son aquellos que están seis meses y se escapan. Los que sí permanecen son los que tienen vocación, porque les gusta. En mi caso, tuve un poco de conflicto con mis papás porque, imagínese, que uno les diga a sus papás a esa edad “voy a estudiar a tal lado”; a él no le gustaba, mi papá era del PR (Partido Revolucionario), era revolucionario y le dije que, si no me ponía ahí, no iba a estudiar en otro lado. Todavía me dijo que no tenía para pagarme el internado. Yo le propuse que me ganaría una beca y que si no la obtenía regresaría. Ese fue el trato que hicimos con mi papá.

¿Hubo temor por el conflicto?

José Rubén: —No, en mí influyó mucho el ejemplo de mis abuelos. Alos 6 años uno de ellos me enseñó a leer, a los 7 ya leía novelas y las aventuras de Robinson Crusoe, los Tres Mosqueteros y para mí fue un ideal romántico el estar en la guerra; no era un ideal de matar gente, sino la aventura de conocer el mundo.

¿Usted cómo se involucró en el movimiento guerrillero?

Arturo: —Yo empecé a tomar consciencia a partir de una corriente que en esos tiempos era el “Peace and Love”. Con esto venía el respeto a la naturaleza, a la equidad, a la justicia, un pacifismo muy grande. A mí me costaba entender que un arma podía ser un instrumento de cambio, yo tenía 15 o 16 años; a los 17 empecé a ver más claro el mundo y cómo estaban hechas las cosas, las maneras de dominación; logré ver que no había otra salida más que la lucha armada, y empecé a colaborar. Cuando me involucré pedí como condición no tocar un arma; a los 19 cambié mi posición y pedí involucrarme de cabeza, porque yo miraba callejones sin salida, sentía que mi colaboración era muy pequeña respecto a las expectativas que tenía.

¿Su familia sabía de esto?

Arturo: —Mi familia se enteró muchos años después. Yo me fui de casa a los 18 años, viví solo.

¿Dónde conoció a esas personas?

Arturo: —Los conocí como a los 15 años, amigos que eran de esa manera de vida del “Peace and Love”; después me dijeron “mirá, estamos en esto”. Me invitaron y por eso empecé a colaborar, después me involucré como un elemento activo. Tuve entrenamiento militar y formación paramédica.

¿Tuvo miedo de ir a la vida clandestina?

Arturo: —Sí, creo que el miedo es el que lo hace moverse a uno. Todos teníamos miedo por estar en una estructura clandestina. Había noches que no dormíamos; en los tiempos difíciles dormía con un arma bajo la almohada y la mano sobre ella, a veces escuchaba un ruidito y ya tenía los ojos abiertos, eso es miedo, aunque unos digan que no. El punto es cómo poderlo manejar, cómo manejar el temple y la serenidad. Los cruces de fronteras me hicieron sudar frío, pasábamos con documentos falsos.

 ¿Cuántos años estuvo involucrado?

Arturo: —Desde mis 17 años hasta que se firmó la paz, es decir, prácticamente toda mi vida.

¿Fue feliz?

Arturo: —Sí. Quizá hubo muchas cosas que perdí, pero en el sentido personal me dio otro tipo de crecimiento, otra formación, otra experiencia de vida, incluso en el trato hacia mi familia, otras latitudes para ver la vida, felicidad por estar tratando de cambiar un orden que no le daba la felicidad a la mayoría de la población.

¿Estuvo en el campo de batalla?

José Rubén: —Sí, cuando nos graduamos de oficiales, de subtenientes; automáticamente nos vamos de comandantes de un grupo de hombres, de un pelotón de 41 hombres con sus armas individuales y colectivas; el siguiente puesto es ejecutivo de una compañía, la cual tiene cuatro pelotones, 140 hombres; entonces ya se va estratificando el mando, es como una pirámide; después estuve como capitán, ya se maneja con autonomía, le asignan un área de operaciones y le dan instrucciones para combatir al enemigo. Eso me tocó. Después, al ser oficial superior, ya me trabajé como Estado Mayor de algunos comandos. Estuve en tres encuentros, así les llamábamos.

¿Era feliz?

José Rubén: —Sí. Desde los 12 años se nos inculcó mucho los valores, el amor a la patria, a la libertad, a la democracia, a la familia; en fin, nosotros actuábamos en defensa o haciéndole honor a esos valores, luchar contra el comunismo marxista-leninista, pensábamos que eso no estaba bien para nuestra gente.

¿Tuvo miedo?

José Rubén: —Talvez sí se sentía un poco de miedo con los primeros disparos, luego la adrenalina, y no, “yo tengo que salir de aquí victorioso porque me espera mi familia, mi gente”, entonces a combatir con ganas hasta destruir al enemigo. Esos son los pensamientos de alguien que está inmiscuido en una guerra. En realidad, tal vez así se experimenta el miedo; sudé en algunos momentos, era de noche y estaba lloviendo y yo estaba sudando, pero uno se sobrepone, para eso fue entrenado, para sobreponerse a esos momentos difíciles y salir victorioso.

¿Y siempre pensaron que iban a vencer?

José Rubén: —Sí.

¿Hubo miedo a perder la guerra?

José Rubén: —No.

¿Ustedes tenían la convicción de que ganarían la guerra?

Arturo: —Creo que era un sentimiento colectivo; en lo que me corresponde, en particular, yo sí pensaba que íbamos a vencer, teníamos la moral hasta arriba y, sobre todo, hubo un momento donde tal vez nos atrapó el triunfalismo. A veces no vimos los alcances y la capacidad que el Ejército tenía; como que lo subestimamos por ese triunfalismo, pero fue momentáneo. Fueron dos o tres años de ese triunfalismo, luego hubo más objetividad, pero seguíamos con la fe de que íbamos a vencer y la revolución se iba a lograr, incluso aquellas consignas de “Si Nicaragua venció, El Salvador vencerá y Guatemala le seguirá”, eso era una cosa que la teníamos nosotros como una convicción plena.

La ventaja comparativa entre guerrilla y Ejército; ellos se movían libremente, ustedes no.

Arturo: —No, sentíamos que estábamos en una gran desventaja de carácter operativo. Para movilizarse a nivel abierto sí, pero a nivel de guerrilla se sentía una ventaja con relación al Ejército porque nuestra moral era diferente; la tropa del Ejército, en su mayoría, muchas veces no entendía por qué estaba ahí, fueron hombres reclutados, incluso existía el reclutamiento forzoso “muchacho visto, muchacho reclutado”. Algunos desertaban y otros se quedaban, pero sin saber a qué iban, por qué luchaban, cuál era el ideal. Ahí no había ideal alguno, en cambio, nosotros, el que se incorporaba a la guerrilla era porque sabía a qué iba, qué quería transformar, cómo lo quería hacer. Antes de darle un arma a un compañero nosotros le dábamos libros, pláticas; a mí me tocó trabajar formación política, y hasta que había un nivel político suficiente, entonces era la formación militar, antes no, por lo menos donde yo estuve. Yo por lo menos no conocí un solo compañero revolucionario que no tuviera una formación política alta, también leía poesía, novela, se estudiaba historia, geografía, de todo para tener una cultura general y nos daba un sentimiento de que estábamos por encima.

¿Y ustedes estudiaban igual que los guerrilleros?

José Rubén: —Los oficiales sí. El personal estaba entrenado, no políticamente. Nosotros nos encaminábamos a entrenarlos militarmente, para operaciones, más reacción, más valores patrios; se les explicaba un poco el porqué no queríamos el comunismo y cosas así, para que ellos también supieran por qué estaban ahí.

¿Lo volvería a hacer?

Arturo: —Con los años transcurridos, con las experiencias personales y colectivas que vivió la sociedad y las secuelas que se están viendo, el costo fue demasiado alto; ahorita, si surgiera una guerrilla, yo no me incorporaría. Creo que no es la manera ni el momento; sangre se derramó muchísima, es el momento que debemos tender puentes de entendimiento, donde podamos diseñar un proyecto de nación intercultural, multicultural y en el que podamos llegar a desarrollar la equidad como un factor necesario para el desarrollo del país.

¿Y usted?

José Rubén: —Quiero empezar con la pregunta que hizo anteriormente, si creíamos que íbamos a ganar. En términos militares, una guerra se gana de dos maneras: destruyendo al enemigo o destruyendo su voluntad de luchar. Esa es la razón de los fusiles militares, el calibre 5.56 que tiene el Galil, el M16; no están diseñados para matar, son para herir, para causar daño, para inmovilizar al enemigo, y eso tiene muchos efectos, entre otros, que haya heridos de bala, que los hospitales estén llenos y no se den abasto. Yo tuve contacto con la insurgencia, con los que estaban desmoralizados y que ya no querían luchar, estaban pidiendo que parara la lucha. Ahora, ¿qué si lo volvería a hacer? Las condiciones no son las mismas, el país es otro, la gente es otra, la educación, las leyes tienen mucho que ver ahora, pero no dudaría en ponerme el uniforme otra vez si creo que mi patria, Guatemala, está en peligro de cualquier cosa.

¿Valió la pena luchar?

José Rubén: —Para mí no valió la pena, no se tenía que derramar una gota de sangre de un guatemalteco por ideales que tal vez no eran nuestros, sino que venían de afuera, tanto el capitalismo como el comunismo; nosotros quedamos como el jamón sándwich, el Ejército defendiendo al imperialismo yanqui y la guerrilla queriendo imponer el imperialismo ruso y cubano; no valió la pena. Nosotros solo fuimos peoncitos de ajedrez que nos movieron.

Arturo: —Sí. Era un Ejército defendiendo al imperialismo yanqui y los intereses que no eran suyos, eran intereses de la oligarquía. Que yo sepa, ninguno de los miembros de las oligarquías se puso el uniforme y combatió al lado del Ejército; ellos estaban en su casa, felices, solo viendo. Me parece interesante lo que dice José Rubén del Ejército defendiendo intereses que no eran ni del pueblo ni de los suyos como institución, sino los intereses del imperialismo yanqui. En nuestro caso, hablo por lo que viví; si la idea hubiese sido abrir la puerta a un imperio ruso en aquel momento, creo que las condiciones de la lucha hubieran sido distintas, hubiéramos tenido otro nivel. La mayoría de armas las recuperabamos del Ejército, no había un financiamiento, se conseguían algunos fondos, de personas conscientes que tenían dinero y ayudaban a la guerrilla económicamente. El punto sería: ¿fue necesario o no? Yo pienso que sí fue necesario. ¿Fue importante o no? Sí, fue importante. ¿Tuvo algún logro o no? Sí, tuvo logros; el hecho de que pudiera existir un partido que fuera socialista y después otros partidos, como la URNG, la guerrilla hecha partido; eso era impensable antes de 1985. Una Constitución de la República que tiene como parte medular el tema de los derechos humanos y la protección de ellos es un avance que se logra por la guerra. El reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas era impensable antes de 1985. ¿Eso fue un logro? Sí lo fue. Ahora, el costo fue demasiado caro, lo digo con claridad, el costo fue muy alto para lo poco que se logró. Es decir, si el cumplimiento de lo que está contenido en los Acuerdos de Paz fuera pleno; si esta gente, la misma que nos engañó con espejos hace 500 años ahora nos engaña con rúbricas en el papel, si se cumpliera su contenido, las condiciones de este país serían distintas; esa es la base fundamental para el desarrollo, los Acuerdos de Paz no tienen una pizca de socialismo, todo lo que está ahí es capitalismo, un capitalismo con equidad y con desarrollo económico y social. En algunos casos estamos retrocediendo, estamos peor que en el tiempo de la guerra en términos económicos y sociales. Hay menos cobertura del IGSS, menos empleo, menos salud, menos educación, desabastecimiento de hospitales, el salario mínimo no logra alcanzar el costo de la canasta básica.

 

“Nosotros actuábamos en defensa o haciéndole honor a esos valores, luchar contra el comunismo marxista-leninista, pensábamos que eso no estaba bien para nuestra gente”. José Rubén Castillo

«Con los años transcurridos, con las experiencias personales y colectivas que vivió la sociedad y las secuelas que se están viendo, el costo fue demasiado alto” Arturo González

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