Mario Aníbal González, el quetzalteco, de la generación de Alberto Fuentes Mohr, de Werner Ovalle López y Edmundo Vázquez Martínez, entre otros, a sus 91 años continúa aportando conocimientos, en busca de un mejor país para las nuevas generaciones.
Por Mirna Alvarado/Fotos David Pinto
En su libro Anecdotario Político cuenta que fue invitado a la celebración del segundo aniversario de la Revolución cubana, en 1961, donde conoció a Fidel Castro y a Ernesto “Ché” Guevara, y junto con Lucila Rodas viuda de Villagrán, Herminio García Mendoza, Héctor Cabrera, Luis Felipe Samayoa y Mario Napoleón Serrano visitaron al coronel Jacobo Árbenz, quien exilado residía en la isla.
Cuenta que Árbenz los saludó con mucha emoción y les manifestó su deseo de volver a Guatemala y en especial a Quetzaltenango, “y aquí no pudo contener su emoción y rompió en llanto; en profundo silencio respetamos el momento y luego tomamos la iniciativa de retirarnos muy respetuosamente, y en silencio salimos muy afectados”, se lee en su libro.
Don Marco Aníbal también ideó cómo evitar la caída de Árbenz, y para eso hizo su plan: Mudar la capital de Guatemala a Quetzaltenango. La posición geográfica de la Ciudad de Los Altos fue su motivación, y el hecho que Árbenz era originario de Xela. Tres acciones debían tomarse: 1. Dinamitar el túnel de Santa María, construido en 1930 por reclusos sin la ayuda de maquinaria para el paso del Ferrocarril de Los Altos.2. Dinamitar el paso terrestre por la altura de la Cumbre de Alaska. 3. Colocar metralletas calibre 50 en los cerros que rodean la ciudad, para derribar a las fuerzas aéreas de Castillo Armas. La propuesta fue enviada tres días antes de anunciar su renuncia.
Con una sonrisa a flor de labios, con voz pausada y alegre, acompañado de uno de sus yernos, llegó con paso firme al café donde concertamos la cita. Pidió un café negro con dos de azúcar y comenzó a hablar de los logros del pasado, opacados por los desaciertos del presente. Contó que viene de una familia humilde, que realizó sus estudios en establecimientos públicos y fue uno de los primeros economistas de Quetzaltenango.
Nació el 19 de enero de 1927, en una vivienda ubicada por el Tope Xelajú. “Toda mi infancia la pasé en esa casa, una niñez bonita donde la imaginación era el motor de los juegos”, expresó.
¿Cómo fue su vida de estudiante?
“Afortunadamente, siempre estudié en establecimientos públicos. El primer año lo hice en el instituto de señoritas el Kínder Garden, así se llamaba. Toda la primaria fue en el INVO. En ese entonces, el instituto estaba militarizado, en 1939 salí con el grado de cabo. Ahí conocí a mis compañeros y amigos Alberto Fuentes Mohr, Werner Ovalle, Abelardo Arroyo, Edmundo Vásquez y Jorge Rosal”, comentó en tono melancólico y con una mirada sentimental, como si sus amigos estuviesen junto a él en la misma mesa. “Por cierto, a Ovalle le decíamos ‘huevo de Chompipe’ porque era blanquito y con muchas pecas; con Alberto fuimos amigos por muchos años, incluso yo estuve con él un día antes de que fuera asesinado”.
¿De qué se gradúo?
“Por razones económicas, ya que tenía que trabajar, hice la secundaria en la Escuela de Ciencias del Comercio; estudié en el Liceo Altense, que estaba ubicado en el edificio donde ahora está la SAT. Ahí me gradué de perito contador”.
¿Qué recuerda de la educación militarizada?
“Ese tipo de educación es mala. Recuerdo que si llegábamos tarde, como castigo teníamos que cubetear (lavar) los excusados que estaban en el área de artillería del instituto; un cuartel que ocupaba lo que ahora es la Escuela de Enfermeras”.
¿Alguna anécdota de esa época?
“Una vez, cuando el presidente Jorge Ubico vino de visita, nos tocó hacer una barrera humana; llegamos desde las seis de la mañana, nos formamos de ahí en el Instituto hasta La Ciénaga, en la zona 2, más o menos por donde está el Arco del Sexto Estado. Estuvimos ahí hasta las dos de la tarde. Cuando nos dijeron que debíamos movernos porque Ubico había entrado por el lado de Olintepeque, nos dieron un pan y una gaseosa para el desayuno. Cuando Ubico entró, nos hicieron bajar y desfilar alrededor del parque, porque don Jorge Ubico estaba observando desde uno de los balcones de la municipalidad. Nos hicieron saludarle al estilo nazi, con la mano extendida al frente; éramos unos patojos de 10 a 12 años”.
¿Cuál fue el obstáculo más grande para superarse académicamente?
“No había universidades. Ubico tomó posesión de la Presidencia el 15 de febrero de 1931, y el 2 de mayo de ese año cerró la Escuela de Derecho. En esa época clausuró también el Banco de Occidente, la estación del ferrocarril y otros edificios importantes para esta ciudad. Cuando llegó la Revolución de Octubre, en 1944, por sugerencia de un profesor que nos dijo que no era suficiente ser perito contador, junto con un grupo de amigos, entre ellos Alberto Fuentes Mohr y otros compañeros, comenzamos las gestiones para que Xela tuviera su propia Escuela de Ciencias Económicas, a nivel superior. Fue entonces que, en 1947, se inauguró la Facultad de Economía de la Universidad San Carlos de Guatemala. Se ubicó en el edificio que hoy ocupa la Gobernación Departamental. Al día siguiente se reinauguró la Escuela de Derecho”, cuenta entre risas tras recordar su pasado. “Le menciono mucho a Alberto porque con él compartimos mucho; era una persona muy especial, su postura era de dignidad siempre. Fue bien claro en que se le debe dar oportunidad a toda la población; juntos construimos la Escuela de Política”.
Considerando que ha sido testigo de cambios drásticos en la vida de Quetzaltenango y Guatemala, ¿qué diría usted que se debe cambiar?
“Como dijo el presidente Arévalo cuando le hicieron la misma pregunta: ‘hay que cambiar todo’; sí, ¿pero qué? Lo que no está bien, y ¿qué es lo que no está bien? Todo. Se debe cambiar todo. Sin embargo, para entender mejor les recomiendo leer los 333 decretos revolucionarios, ahí se puede ver que el Congreso de la República sí trabajaba. Las ponencias y cabildeos eran de altura, con argumentos debatibles. Pero ahora no hay ni un solo orador en el Congreso. Actualmente, en todos los cargos públicos quienes llegan, solo buscan satisfacer sus necesidades, sus intereses. Todo es un negocio y ningún organismo del Estado se escapa a ello, hasta el mismo Organismo Judicial está manchado de corrupción”.
¿Qué tenemos que hacer para mejorar nuestra historia?
“Para lograr un mejor país la juventud de hoy debe conocer su historia, participar y hacer valer sus derechos. Deben participar con propuestas, con organización y no por ganar dinero y prestigio. La juventud puede darle mucho al país; por ejemplo, Marco Antonio Villamar, quien llegó a la Vicepresidencia del Congreso a los 21 años; Emilio Zea González, a los 23, fue Consejero de las Naciones Unidas. La Revolución de Octubre la hizo gente adulta acompañada de jóvenes que se dedicaron a trabajar por amor al país y eso es lo que hace falta hoy día”.
Desde sus vivencias, ¿cuál es su aporte para las nuevas generaciones en busca de un mejor país?
“He escrito cuatro libros, he plasmando mis pensamientos desde la óptica económica y política. He sido ponente en el análisis coyuntural, sigo participando, a mi edad, en foros, diplomados y conversatorios. Actualmente tenemos un diplomado vigente donde participan jóvenes, que espero yo sean buena tierra para que den frutos y contribuyan al desarrollo de la ciudad, del país, por el bien de las generaciones venideras”.
¿Cuál es su legado?
“La contribución académica, el aporte histórico, la participación ciudadana. Quien tenga la oportunidad de leer los libros que escribí comprenderá que es importante el conocimiento, especialmente la historia de nuestro país, las transformaciones que este ha sufrido y cómo nos ve la comunidad internacional”.
¿Qué le sugiere a la población?
“Que se interese en leer, aprender, en formarse, pero sobre todo en amar esta tierra bendita, a querer sus raíces y respetar a toda la comunidad: garífunas, xincas, mayas; todos somos hermanos y somos iguales. A mi edad sería un triunfo que, con la participación de la juventud se disolviera el Congreso, convocar a una Asamblea Constituyente y cambiar la Constitución de la República; aunque parezca radical, pero es lo que se tiene que hacer”.
La carrera de un gran intelectual
Mario Aníbal González, economista y docente universitario, compartió su vida con Rosa Esther de León, quien falleció en 2005. Ha tenido la oportunidad de conocer a sus bisnietos, compartir pensamientos y anécdotas con sus 16 nietos, con sus 6 hijos. Autor de los libros Historia Económica de Guatemala, La vida de Quetzaltenango, Historias del Cunoc y Anecdotario Político.
Fue docente del Centro Universitario de Occidente. Tras su jubilación se convirtió en docente en universidades privadas. Hace dos años todavía se le vio en las aulas de la Universidad Panamericana. También enseñó en la Universidad Estatal de Honduras, donde vivió muchos años. Trabajó en el Banco de Guatemala. A los 15 años participó de la Revolución de 1944, testigo del gobierno revolucionario y del derrocamiento de Jacobo Árbenz Guzmán.
El día que Jacobo Árbenz dejó la Presidencia
Aquella noche, Mario Aníbal caminaba solo por las calles, cuando el armónico retumbar de un conjunto de teclas le interrumpió el silencio. Al lado del Teatro Municipal se encontraba la estación de la emisora local TGQ, que además de su equipo, contaba con un escenario y butacas para transmitir en vivo conciertos de marimba.
“Oiga bien este detalle, a mí nunca se me va a olvidar”, recalcó González antes de empezar a pintar con sus palabras el recuerdo de aquella noche. Al frente y sobre el escenario, tocaba en vivo la Marimba Hurtado, lloraban los ojos de cada marimbista, eran melancólicos aguaceros que interrumpían brevemente las tonadas para ser secados con las mangas de los sacos. La música seguía. Delante de ellos, el director de la radio, José Ángel Cifuentes, con el micrófono en una mano y una pistola en la otra.
“¡Toquen!” -disparaba al piso de madera para sacar su rabia. Los marimbistas seguían en su trabajo sin dejar de llorar. -“¡Toquen Tristezas quetzaltecas!- disparo, Cifuentes también lloraba -“¡Toquen, que esa es la favorita de Jacobo! ¡Jacobo no ha caído, se va a venir a Quetzaltenango! ¡VIVA ÁRBENZ! –disparo, disparo.
El director de la marimba buscaba calmar a Cifuentes para evitar que hiriera a alguien. Un oficial del Ejército entró a la radio para callarlos. “En este momento queda cerrada la radio; el gobierno de Árbenz ya no existe, hay un nuevo gobierno. Váyanse a sus casas”. Tristezas quetzaltecas, la melodía compuesta en una cantina de Quetzaltenango a mitad de la dictadura de Jorge Ubico, no tuvo más que dejar de sonar. Cifuentes, González y otros compañeros siguieron sus lamentos en las gradas del Teatro Municipal. (Tomado de Nodal)