La XVI Conferencia Regional sobre las Mujeres de América Latina y el Caribe, celebrada en Ciudad de México del 12 al 15 de agosto de 2025, transformó mi perspectiva sobre los cuidados, pero también me confrontó con una realidad dolorosa: mientras discutíamos políticas transformadoras sobre la sociedad del cuidado, en Guatemala una mujer era brutalmente agredida por su pareja frente a agentes de la Policía Nacional Civil en Mazatenango. La imagen viral nos recordó que entre las teorías y la realidad existe un abismo que seguimos sin poder cerrar.

Claudia Lepe
Cuando reflexiono sobre las luchas del pasado, me estremece recordar que las guatemaltecas obtuvieron el derecho al voto apenas el 1 de marzo de 1945, pero con severas restricciones: solo las alfabetizadas podían votar y de manera opcional, muchas veces sujeto al permiso del esposo. No fue hasta 1965 —hace apenas 60 años— cuando este derecho se volvió verdaderamente universal. Antes de eso, las mujeres necesitaban permiso de sus esposos o padres para abrir una cuenta bancaria o acceder a un trabajo remunerado. Lo que hoy consideramos derechos básicos fueron conquistas recientes, logradas gracias a mujeres valientes como Graciela Quan Valenzuela.
En la Conferencia de Ciudad de México, el concepto del derecho humano al cuidado resonó profundamente. Como reconoce la Corte Interamericana de Derechos Humanos en su Opinión Consultiva 31 de 2025, este derecho tiene tres dimensiones fundamentales: ser cuidado, cuidar y el autocuidado. El Compromiso de Tlatelolco establece que este derecho debe basarse en los principios de igualdad, universalidad y corresponsabilidad social y de género. Los cuidados, esa labor invisible que sostiene la vida misma, deben dejar de ser responsabilidad exclusiva de las mujeres.
El marco de las 5R del trabajo de cuidados —reconocimiento, reducción y redistribución del cuidado no remunerado, y recompensa y representación— se presenta como una herramienta fundamental para transformar esta realidad. Sin embargo, mientras avanzamos en estos debates teóricos, la violencia contra las mujeres en Guatemala alcanza cifras devastadoras.
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En 2024, el Ministerio Público registró 185 femicidios, un aumento del 23% respecto a 2023, mientras que 461 mujeres murieron de manera violenta. Solo en los primeros cuatro días de 2025 se reportaron 501 víctimas de violencia contra la mujer. En nueve de cada diez familias guatemaltecas se oculta la violencia. El silencio es cómplice, alimentado por la dependencia económica y la desconfianza en un sistema de justicia que falla constantemente.
La violencia no distingue estrato social, aunque su visibilización sí. En las clases altas se silencia con mayor eficacia, mientras las mujeres pobres sufren en el anonimato. Las mujeres indígenas, afrodescendientes y rurales cargan con múltiples discriminaciones que las hacen aún más vulnerables.
Guatemala avanza lentamente hacia una Política Nacional de Cuidados, pero necesitamos que esta política aborde simultáneamente la crisis de los cuidados y la epidemia de violencia. Ambos fenómenos están interconectados: la sobrecarga de cuidados limita la autonomía económica de las mujeres, mientras que la violencia perpetúa su dependencia y vulnerabilidad. Como establece el Compromiso de Tlatelolco, debemos liberar tiempo para que las mujeres puedan incorporarse al empleo y a la educación y prevenir todas las formas de violencia.
El Compromiso establece una década de acción 2025-2035 para acelerar la igualdad sustantiva de género. Guatemala debe aprovechar esta oportunidad para impulsar políticas que reconozcan que la sociedad del cuidado solo será posible cuando todas las mujeres puedan vivir libres de violencia. Debemos impulsar políticas para la distribución equitativa del trabajo doméstico entre hombres y mujeres, promocionar masculinidades positivas y no violentas.
La transformación no puede recaer únicamente en las mujeres; requiere la participación activa de toda la sociedad. Hace 80 años, nuestras abuelas obtuvieron un derecho al voto condicionado. Hace 60 años se universalizó completamente. Hoy, nuestras hijas siguen siendo asesinadas por el simple hecho de ser mujeres. ¿Cuánto más tendremos que esperar para que la igualdad deje de ser una promesa y se convierta en realidad?
La transformación hacia una sociedad del cuidado no puede esperar más. Las mujeres guatemaltecas merecemos vivir libres de violencia, con nuestros derechos plenos y nuestra dignidad intacta. Es hora de que las palabras del Compromiso de Tlatelolco se conviertan en acciones concretas que transformen definitivamente nuestra realidad. Cada golpe, cada insulto, cada femicidio es un fracaso colectivo que nos interpela como sociedad.
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