Aunque nació en Santo Tomás La Unión, Suchitepéquez; más conocido como Otto Mora, es todo un quetzalteco, pues vive en esta ciudad desde que tenía 2 años. Este trovador de 54 años, se ha dedicado al menos 35 a la música, siendo principalmente autodidacta.
Es economista, agrónomo y cuenta con una maestría en administración de empresas. Además de ejecutar la marimba y la guitarra, está familiarizado con el cuatro venezolano, el tiple, bajo, contrabajo y la armónica. “La esencia del trovador es ser un portavoz de la sociedad”, expresó el cantautor, quien también ha impulsado el proyecto La Peña de Los Altos, lugar en donde canta los sábados, además de otros puntos al que es invitado.
¿Cómo fueron sus inicios en la música?
Comencé tocando marimba de niño, entre los 8 y 10 años. A los 12, conocí la guitarra por las relaciones con amigos que la interpretaban. Y así empecé, de manera muy informal; con la marimba fue más formal porque tenía maestro. De hecho, en algún momento toqué con la Marimba Ideal, con Fernando López, Fernando Juárez, eso fue en 1986 o 1988. A los 18 años estudié en la Escuela de Música Jesús Castillo, que hoy es conservatorio. Pero tengo poca formación académica en la música, lo mío ha sido más autodidacta, y por otro lado el intercambio y la experiencia es lo que me ha permitido conocer más.
¿Y en qué momento se dio cuenta que le gustaba la trova?
Creo que eso fue el origen de lo que hago. Siempre me interesó el tipo de canciones que tenían la posibilidad de ponerlo a uno a reflexionar. Pienso que las circunstancias nos pusieron en eso, la época en la que estábamos; eran los últimos años del conflicto armado interno, nos hacían pensar en temas de carácter social, la pobreza y de cómo algunas comunidades van manifestándose en contra de su situación.
Hablemos de su etapa en la música folclórica
Hay una época de mi vida en la que estuve muy ligado a la música latinoamericana, con el grupo Kenchas; algunas personas piensan que por ahí empecé, pero no. En la música andina, que me gusta mucho, pasé muchos años y la sigo disfrutando. Esa época terminó para mí, porque me interesaba hacer lo que hago: cantar. Y me volví otra vez a la guitarra.
¿La música es su actividad principal?
La música nunca ha sido, lamentablemente, mi actividad principal, y esto se debe a circunstancias en las que uno vive y han sido adversas, teniendo que resolver su vida. Por ello tengo profesión, soy economista; tengo una maestría en administración de empresas, soy agrónomo; mi trabajo, en asuntos de desarrollo comunitario, ha tenido vínculos con el tipo de música que hago. Los temas que veo en mi trabajo tienen que ver con lo que canto, incluso algunas canciones han surgido de la tarea.
¿Cuántos temas ha compuesto?
No tengo una cuenta exacta, pero algunas de ellas son Canto de la calle con los Kenchas; yo la sigo interpretando, es una canción que trata de los niños que trabajan en la calle. Otra canción que la gente aprecia es Oración al maíz, es un son típico que tiene un texto que habla del origen de los hombres y mujeres de maíz. También he hecho temas que tienen que ver con momentos que han ocurrido en el país. Por ejemplo, hice una canción que se llama Totonicapán, que nació cuando ocurrió la masacre de Alaska; otra es Esperanzas calcinadas, cuando las niñas murieron quemadas en el Hogar Seguro (Virgen de la Asunción). También he musicalizado poemas de diversos escritores.
¿Cómo ve el panorama de la trova en Quetzaltenango?
La trova siempre ha requerido algún esfuerzo para tener un espacio y ser escuchada, es decir, por su propia naturaleza no es música fácil, no es pegajosa, algunos temas logran hacer eso, y ese es un esfuerzo que quizás debamos hacer los trovadores. Con la trova los textos son largos, la temática es seria, siempre ha requerido un esfuerzo adicional hacer que la gente escuche, y eso es más difícil con los jóvenes.
“Hay una época de mi vida, en la que estuve muy ligado a la música latinoamericana con el grupo Kenchas; algunas personas piensan que por ahí empecé, pero no”.