Rigoberto Quemé Chay
El presidente de Estados Unidos dijo recientemente que la pandemia del COVID estaba llegando a su fin. En Guatemala, sin que se sepa si acá está ocurriendo o va a ocurrir lo mismo, la mayoría de la población da por sentado que ya no existe peligro por dicho virus. El desborde es incontrolable hacia actividades que estuvieron restringidas, tanto de diversión, celebración, actividad económica o política.
Ese desborde masivo ha tenido sus caudas en los últimos días. Los muertos en el concierto de Quetzaltenango, peleas en los estadios, baleados en las fiestas de pueblos y ciudades, accidentes de tránsito, fiestas patronales masivas y con espectáculos caros y tantas tragedias que están ocurriendo porque la población pretende, siente y necesita recuperar el tiempo “perdido” en el encierro de más de dos años.
Nos ha acostumbrado el sistema a ser insensibles y poco precavidos ante los riesgos y peligros. Olvidamos rápido la tragedia reciente porque otra más reciente la opaca y nos hace olvidar la larga cadena de infortunios sociales, económicos y políticos que hemos padecido en permanencia.
Muchos, aun viendo a familiares o conocidos morir por el Covid, negaban su existencia. Otros fanatizados por religiosos inmorales se negaban a vacunarse, poniendo en riesgo sus vidas y, lo peor, la de su propia familia. La irresponsabilidad nos ha apresado en todos los sentidos.
“El país aún no cuenta con protocolo para atender la viruela del mono, cuando casos ya suman 30”
Rápido se han olvidado los más de 20 mil fallecidos, padres, hermanos, hijos, abuelos, etc., que no tuvieron la dicha de tener la vacuna a tiempo. Una cauda de dolor inmensa que se ha reducido a la familia afectada. Para el resto, ya todo pasó.
Situación riesgosa. En Estados Unidos, donde hubo un millón de fallecidos por el COVID, diversos estudios señalan que aún en ese país, las condiciones sanitarias y hospitalarias estaban en su peor momento por la privatización. Las autoridades públicas actuaron políticamente negando la gravedad que los cuadros medios del sistema de salud advertían. Esa ruptura de intereses politiqueros y realidades que merecen la atención contribuyó al elevado número de fallecidos. Científicos connotados señalan que actualmente el sistema de salud está peor que antes de la pandemia y, lo peor, que el peligro de nuevos patógenos es ineludible.
El modelo de vida globalizada, dicen, es vía rápida para la propagación de nuevas epidemias. Las aglomeraciones y la cercanía cada vez mayor entre los seres humanos y los animales hace que la trasmisión de causantes de enfermedades sea más posible. Vienen más amenazas infecciosas, dicen los expertos.
La sociedad guatemalteca no debe echar en el saco del olvido y la indiferencia lo sucedido. Ni pensar que será hasta dentro de 100 años que se viva otra pandemia. Las condiciones están dadas para que esas tragedias sean más frecuentes y en tiempos más cortos.
Sociedad, gobiernos, operadores de la salud y centros de estudio, deben sacar lecciones de lo acontecido para prevenir y evitar el sufrimiento de seres inocentes y las caudas de dolor que el COVID nos dejó.