Daniel Matul Morales / Antropólogo
Con fervor ciudadano, cada año el 13 de septiembre en Quetzaltenango honramos la trágica grandeza de los héroes de la Revolución de 1897. Hace ciento veinte veintiséis años el general José María Reyna Barrios, decidió prorrogar su periodo presidencial hasta el 15 de marzo de 1902, anunciando la implantación de la dictadura. El único recurso del pueblo fue asumir la rebelión en contra de la tiranía. En San Marcos la ciudadanía inició el movimiento armado y en Xelajú, la Junta Patriótica inició la sublevación. El 13 de septiembre los alzados de San Marcos y Quetzaltenango, toman los centros de poder político. Conciencias generosas y desinteresadas, abrazaron la causa de la emancipación y altivas en armas desafiaron la ferocidad de los facciosos en el poder.
Dos almas luminosas, en plenitud de la más vasta cultura democrática, contribuyeron a abrir las compuertas de la revolución: Sinforoso Aguilar, dignísimo Alcalde quetzalteco y el notable ciudadano, Juan Aparicio, unidos a pundonorosos patriotas, mujeres, adolescentes y estudiantes entablaron la lucha armada. Decenas de cuerpos sin vida cubrieron muchas de las calles de Quetzaltenango. Sin embargo, la perfidia, la traición y el indigno servilismo entregaron al tirano a los nobles Sinforoso Aguilar y Juan Aparicio. Antes que doblar las rodillas ante la usurpación y la dictadura, fueron serenos a la cárcel y templados caminaron a la muerte, fueron fusilados.
El 14 de septiembre los alzados en armas, tomaron la plaza principal de Quetzaltenango, y el 17 las autoridades de la municipalidad desconocen al gobierno: pocos días después, la traición cortesana del servilismo, volvió a levantar el lodazal de la dictadura, las manos cobardes del soborno apagaron la victoria de tan noble atrevimiento.
Así, la virtud de la lealtad traicionada y la victoria envenenada por la sombra de una nueva dictadura, impuso el miedo morboso en todo el país, organizando a cada instante, la sedición en contra de la democracia hasta convertirla en la dictadura de los 22 años, del licenciado Manuel Estrada Cabrera. La justicia no se envilece nunca, aunque sucumba siempre; la dictadura tuvo la triste gloria de vencerla. Aquí en Quetzaltenango, descansan los heroicos sueños de los vencidos que han dejado a los hijos de este ilustre pueblo la gloria que se desprende de sus cenizas inmortales. Aquí en Quetzaltenango, descansa una de las derrotas de la libertad y permanece el recuerdo de la victoria miserable de la fuerza contra el Derecho. Así 13 de septiembre de 1897, un lúcido conglomerado revolucionario, hizo posible la filosofía de la libertad y devolvió la república a su legítima ontología, jornada gloriosa que hoy pervive en la memoria colectiva en 17 palabras: “EL ODIO A LOS TIRANOS LOS HIZO MÁRTIRES Y EL AMOR A LA LIBERTAD LOS HIZO HÉROES”